LA GRAN ALEMANIA

ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS. UN POCO DE POLÍTICA. 13 de diciembre de 2010

Perdieron la Segunda Guerra Mundial y quedaron absolutamente destrozados, pero los países vencedores, con EE UU a la cabeza y su Plan Marshall, se apresuraron, temerosos de la posible ira teutona futura, a ayudarles a reconstruir su poderosa industria, y en muy pocos años Alemania, ya sin un ejército propiamente dicho, dominó Europa económicamente. Llevan haciéndolo cinco décadas y durante todo este tiempo nadie ha dicho ni pío a ese liderazgo.
Ahora sí. Ahora han comenzado a levantarse voces de que la crisis de la Comunidad Europea y la del euro ha beneficiado a Alemania -en la que los especuladores internacionales confían ciegamente-, con sus productos bendecidos por la perfección y su permanente fe en la ciencia y en la disciplina. Sin embargo, el que se diga esta verdad incuestionable, que Alemania se aprovecha del resto de los países de la Unión, da igual. Todo da igual en esta sociedad de la información en la que lo que se dice un día, y es portada de telediarios, webs, diarios, es tan perecedero que al día siguiente sólo sirve para envolver virtual o físicamente pescado.
Alemania domina Europa con total comodidad y no domina el mundo porque no tiene la suficiente población para hacerlo. Países como España están con la soga al cuello desde hace más de dos años porque los inversores, los que confían en Alemania, no quieren saber nada de una nación que cifra toda su riqueza, o la mayor parte, en el número de viviendas que construye. No hay forma de cambiar eso. O, por lo menos, algunos no nos hemos enterado de que pudiéramos estar equivocados.
Con la actual crisis económica se ha visto de una vez por todas que el concepto de Europa (entidad en la que todos deberían remar política, económica, cultural, solidariamente en una dirección) no funciona en absoluto (si es una exageración, perdonen ustedes) a no ser los absurdos planes educativos de Bolonia o las peregrinaciones de jóvenes estudiantes Erasmus a perder el tiempo (cosa a la que, por otro lado, no hay nada que objetar) en otros países comunitarios. Siguen adhiriéndose naciones a la casa común europea y sigue creciendo la insolidaridad. Alemania y su fiel delfín Francia (muchos nos tememos que si Merkel y Sarkozy no fueran los mandatarios de estos dos países y estuvieran al frente dirigentes más a la izquierda las cosas marcharían por las mismas sendas) están encantados de que se unan naciones emergentes de la periferia europea porque son ellas los que realmente sufren los peores y más importantes efectos de la crisis. Son como un espléndido pararrayos.
Viva Alemania y viva Europa.

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