VIGILIA DE LA INMACULADA

ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS. UN POCO DE CUENTOS. 7 de diciembre de 2010

Ya había puesto el belén, había comprado el mazapán, los turrones. Incluso, aunque no fuera muy navideño, había instalado un tren eléctrico por todo el salón. También había decidido poner el árbol de Navidad. Tomaba y brindaba con cava y no sabía por qué. Vio un cartel en el periódico de la vigilia de la Inmaculada. De alguna manera, le atrajo.
En su vida, todo era confuso. Sus ideales eran confusos. Creer en algo le resultaba muy complicado. Se sentía abandonado y en realidad no estaba claro quién o qué lo había abandonado. Tenía un trabajo precario, amores precarios... Volvió a mirar el anuncio de la vigilia de la Inmaculada. Pero si ni siquiera era religioso.
No cabía duda que la Navidad le producía un cierto calor interior. Tampoco sabía por qué. En la iglesia donde se celebraba la vigilia se sentó en uno de los últimos bancos. Había bastante gente. No pudo evitar pensar que la mayoría de los fieles serían partidarios del PP y también afines al Opus Dei. No había que ser sectario. De ninguna manera. Todos cantaban. Alguien le pasó un folio con los versos de la canción que entonaban, "La Virgen sueña caminos", y también cantó. Él no era sectario.

-Daos fraternalmente la mano.
Se dio la mano con su vecina. Ni siquiera la había mirado. Una chica rubia, atractiva.
-Esto está muy animado -dijo ella.
-Sí -respondió él.
-¿A qué has venido?
-Curiosidad.
-Yo, también.

Los padres y los hijos, todos los fieles cantaban al Señor. Cantaban a la Inmaculada Concepción, la madre de Nuestro Salvador.

-¿Eres católico?
-Bautizado.
-Yo, también.

El obispo auxiliar, encargado del oficio, retomó su sermón y habló de la hermandad de los hombres, de la necesidad de que las familias estén en paz.
-Un poco rollo, ¿no? -dijo ella.
-Pues, sí.
-Son muy tradicionales.
-¿Quién no lo es?

La chica le miró con sorpresa. Él se sentía, si eso pudiera ser posible, cada vez más confuso en esta iglesia donde los fieles estaban esperanzados con la próxima llegada del Señor.

-¿Celebras la Navidad?
-No.
-Yo, tampoco.

Dos extraños entre la gente fervorosa.

-La Navidad me pone melancólica.
-Sí, dan ganas de convertirse en una figura del belén.

Los cánticos eran constantes y todos los fieles parecían disfrutar.

De pronto, alguien habló con voz rotunda.

-¡Me han robado la cartera!

El obispo interrumpió su sermón. Estaba glosando acerca de que los verdaderos hermanos comparten todo.

El hombre sin su billetera, bien vestido, unos 60 años, bigote recortado, miraba con ojos inquisidores a una señora con falda plisada, suéter entallado de cuello alto sobre el que caía un crucifijo de diseño, los labios pintados con un carmín muy rojo y maquillaje excesivo que daba a su rostro una coloración de café con leche.

-Oiga, ¿se puede saber qué mira?
-Usted es la que está más cerca.
-¿Y eso qué quiere decir?
-Que acabo de notar la falta de la cartera.

-Hermanos, ¿qué pasa por ahí al fondo? -dijo el obispo, molesto porque no podía hablar sobre la hermandad de todos con todos.

-¡Me han robado la billetera!- repitió el señor acaloradamente.
-Y me ha echado la culpa a mí -dijo su vecina, cuyo maquillaje comenzaba a disolverse.
-Pero si es la que estaba más cerca -reiteró el hombre.
-¡Sera posible!

-Por favor, hermanos. No discutamos. Es un un día muy grato para el Señor, para la patrona de España y para la fe, y al fin y al cabo una cartera....

-¡Llevaba 5.000 euros y 10 décimos de lotería de Navidad! -voceó el señor sin su billetera.
El obispo auxiliar se quedó de piedra.

Los fieles, más o menos disimuladamente, miraron sin poderlo remediar al suelo. Parecía que a todos los próximos al hombre se les caía el pañuelo, la bufanda. Se oía, en diferentes filas, el tintineo de las llaves al chocar contra ese suelo santo.

-Claro, ahora todo el mundo quiere apoderarse de mi cartera -dijo el hombre, sin poder contenerse.
-Hermano, por favor, compórtese -rogó el padre, que intentaba por todos los medios reanudar su sermón.
-Yo lo que quiero es que aparezca mi cartera -y volvió a mirar a la señora de la falda plisada y el maquillaje ya más oscuro que el café con leche.
-Usted lo que es es un ateo.
-Y usted una adefesio.
Ambos levantaron las manos para agredirse.
Acudieron fieles de los bancos cercanos para separarles mientras algunos padres alentaban a sus niños con carantoñas para que se agacharan y buscaran.

La pareja extraña contemplaba la trifulca con incredulidad.

-En mi vida he visto una cosa igual -decía la mujer.
-Ni yo.

Un manotazo de la señora con crucifijo de diseño no le dio al señor al que le faltaba su billetera e impactó en el rostro de otra señora, rompiéndole las gafas.
-Ya está bien, ya está bien -decía el sacerdote, haciendo sonar la campanilla-. ¡Todos fuera!

Entre empujones, salieron los fieles. La pareja quedó sola en la Iglesia.
-No sabía que esto de la Inmaculada pudiera dar tanto juego -dijo con sorna la chica.
-Ni yo.

El obispo, que llevaba peluquín, intentaba colocárselo bien cuando volvió al templo. Pasó delante del altar sin hacer la debida genuflexión.

-Bueno, esto ha terminado -dictaminó la mujer rubia.

Se dispusieron a ir hacia las puertas. De improviso, la chica, observó a sus pies una cartera lujosa, de piel.

No cabía dudas sobre de quién era el objeto. Efectivamente alli había 5.000 euros y 10 décimos de lotería.

En el exterior, junto a las escaleras de acceso a la iglesia, se detuvieron un momento. La noche estaba fría pero no llovía.

-¿Por qué no vamos a tomar unas cañas? -dijo la chica.
-Yo creo que es lo más apropiado -respondió él.
Se sonrieron. Era bonita la abultada billetera y olía bien. Brindarían en honor a la Inmaculada.

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