UN PAPA INCREÍBLE

ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS. UN POCO DE LO QUE HAY QUE TENER. 9 de noviembre de 2010

Las recientes declaraciones del Papa Benedicto XVI, monseñor Ratzinger, sobre el "creciente anticlericalismo" en España y la comparación de la situación actual con el ambiente que se vivía en nuestro país en los años 30 -se supone que también teniendo en mente la quema de iglesias y conventos-, ha dejado a más de uno completamente descolocado. Ratzinger, desde que fue elegido en 2005, quiere seguir profundizando en el conservadurismo que cultivó Juan Pablo II, Karol Wojtyla, pero éste, hay que reconocerlo, tenía el carisma de una estrella del pop y Ratzinger es un hombre que no logra conectar con sus fieles.
Nunca ha dejado de sorprender el sesgo que la Iglesia ha tomado desde el pontificado de Juan XXIII, el gran Papa del siglo XX, el hombre que siguió las enseñanzas de Jesús o que al menos intentó seguirlas, un cristianismo de mano tendida y paz, no de castigo y dolor. Propugnó el Concilio Vaticano II y este acontecimiento magno de reflexión y guía del camino de la Iglesia procuró liberalizar unas estructuras eclesiásticas que iban contra los tiempos. Su pronta muerte, casi coincidente con el asesinato de John Kennedy, truncó en parte el vuelco que podía haber dado el catolicismo. Pablo VI llevó adelante el Concilio y se mantuvo cuanto pudo en un discreto segundo plano. La elección de Juan Pablo I en 1978 parecía retomar la senda de Juan XXIII, pero, según cuentan las lenguas más atrevidas, pretendía efectiva y radicalmente cambiar el Vaticano de arrriba abajo. El milagro en ciernes duró 33 días hasta su controvertida muerte.
Juan Pablo II, el primer Papa polaco de la historia, y el primero no italiano en muchos años, era un hombre extrovertido y, proveniente del bloque prosoviético, muy conservador en su ideario religioso. Pero, como hemos dicho, tenía carisma y levantó los corazones más fervientes del culto más influyente del mundo. Ratzinger, del que se ha dicho que tuvo un pasado nazi y no sólo por las circunstancias, que ha dirigido la congregación heredera de los tribunales de la Inquisición y que es un intelectual de gran talla, carece de imagen. Sus declaraciones, en tiempos claramente de crisis religiosa y de crisis de cualquier valor, cuando los financieros que dominan el mundo hacen lo que quieren y se ríen de los problemas económicos de diferentes países que ellos ocasionan, quieren hacer retroceder, por ejemplo, cualquier avance en materia sexual - de lo que ya se ocupó, con la inestimable ayuda del sida, Juan Pablo II-, y, como ha insinuado en su visita a España, poner a la mujer en el lugar que le corresponde: cuidando la casa y los hijos. Porque sin familia no funciona ninguna célula religiosa o económica.
Monseñor Ratzinger, o Benedicto XVI, pone más problemas y vallas más altas que saltar en este desdichado mundo que cada vez nos cuesta más.

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