ROBO EN 'EL PALOMAR' ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS. UN POCO DE CUENTOS. 22 de noviembre de 2010
Cuando regresaron de la fiesta, la puerta estaba abierta y la cerradura reventada, pero por lo demás todo estaba en orden en El Palomar, así llamaban Pilar y Pedro al ático en el que vivían . No se notaba la huella de ningún intruso. Únicamente, Pilar echó de menos el pequeño paisaje que había trazado hacía tiempo, un día de verano de extremo calor, y que estaba inacabado. En las semanas siguientes, buscaron la miniatura pero no aparecía. Revolvieron cajones, estantes, miraron en los lugares más insospechados, incluso, en plan broma, debajo de las alfombras. Era absurdo pensar que se la hubieran llevado. Se suponía que había cosas de valor en la casa, collares de perlas preciosas, pendientes de plata labrada, dinero en metálico en una pequeña caja fuerte. Pilar pintaba por afición, pero estaba lejos de ser una profesional. Lo que se veía en el pequeño cuadro eran las cúpulas y torres del palacio dieciochesco de La Granja de San Ildefonso, sumergido casi en la floresta y con la silueta de las montañas circundándolo.
Habían olvidado la desaparición de la miniatura incompleta cuando un día, paseando despreocupadamente por una zona de galerías de arte, vieron el cuadrito en el escaparate de una de ellas.
No podía ser posible, pero Pilar cuanto más lo contemplaba más estaba segura de que era el paisaje inacabado de aquel día de verano.
Entonces miraron al pie del cuadro la cifra en la que estaba tasado: ¡50.000 euros!
Mareados, entraron en la galería y preguntaron por la miniatura.
-Ah, sí -dijo la dueña de la galería, sonriéndoles-. La trajo un marchante hace unos días. Está inacabada, pero es una muestra genial de naturalismo impresionista anacrónico como no he visto en muchos años. Debo advertirles que ya tengo más de una oferta.
Pilar se quedó aún más perpleja.
-Ella es la autora -dijo Pedro, su cónyuge, con un hilo de voz.
-No, no -dijo muy segura la galerista-. Los expertos han dictaminado que es una obra fechada en la década de los 30.
-Pero si la pinté hace dos meses-alegó Pilar-. Se equivocan.
-Usted comprenderá que estos señores que llevan muchos años dedicándose a la materia no van a decir una cosa por otra.
Pilar sentía una total impotencia. Pedro tampoco sabía cómo encarar la situación.
-Le repito que es mía -dijo la autora.
-Por favor, señora, por favor -respondió la galerista, empezando a impacientarse.
Ahí acabó la discusión.
Salieron a la calle muy deprimidos. Volvieron a La Granja. Subieron al mismo lugar. El tiempo era espléndido, la luz era parecida a la del día que Pilar trazó la miniatura. Trabajó durante muchas horas. Esta vez, cuando el crepúsculo daba sus últimas boqueadas, terminó el cuadro. Un plácido paisaje serrano en el que emergían entre las frondas las cúpulas y torres del palacio versallesco.
Era, sin duda, una pintura hermosa.
Regresaron a la galería.
-Mire, ¿ahora se convence? -le dijo Pilar cuando la galerista les atendió.
Era, en el fondo, una mujer elegante y sensible que sabía mucho de su oficio.
-Pero, ¡es increíble! ¿Seguro que lo ha pintado usted?
-¡Otra vez! ¿Cómo quiere que se lo demuestre?
-Está bien, está bien. ¿Han enseñado esta miniatura a alguien más?
-No.
La galerista observó con ojos calculadores el cuadro.
-Naturalismo impresionista anacrónico de los años 30. Yo diría que del año 1934, ¿no les parece?Y les sonrío abierta y acogedoramente.
Los expertos volvieron a certificar la tendencia de la obra y la misma autoría ("¿quién es, quién es?", preguntaban ávidamente) y también estuvieron de acuerdo en la fecha de ejecución de la miniatura.
Pilar hizo, desde entonces, variaciones del mismo paisaje. Acudían siempre encantados a las montañas que rodeaban La Granja de San Ildefonso. Ella trabajaba con provecho durante horas y horas. Pensaba que sus nuevas miniaturas de ese entorno maravilloso podrían datarse en 1935.